lunes, 14 de enero de 2013

HACES DE LUZ

Comenzamos la semana con una nueva historia, tras acabar el relato de Luis, esta semana conoceremos nuevos  personajes que espero que os guste y os interesen. Para mi este es uno de mis mejores relatos así que espero que lo disfrutéis. Por cierto los cortes de los capítulos los he hecho un poco cuadrando pero no son así en el original, por lo que no hay cliffhangers como en el anterior texto...



HACES DE LUZ (1ª Parte)


Haces de luz entraban en la oscura habitación, los muebles de madera comenzaban a iluminarse y los grandes bodegones que cubrían las paredes se clareaban poco a poco.

En la cama Aurelio se desperezaba, los viejos dedos frotaban sus ojos cubiertos por legañas, Aurora  no lo perdía de vista, soportaba inmóvil los bruscos ademanes de Aurelio y tan solo observaba. Miraba aquella nuca que le había acompañado los últimos sesenta años de su vida, ¡sesenta años! Se habían conocido siendo ella una niña y ahora mírenla, una anciana a la que le costaba bajar a la cocina de la vieja casona.

Aurora recordaba aún cuando conoció a Aurelio, tenía dieciséis años y era el chico más guapo del pueblo, el pelo rubio, ahora canoso, y unos ojos claros que volvían locas a todas las chiquillas, esos ojos, ahora cubiertos de legañas y con principio de cataratas que aún la estremecían. Y es que Aurora amaba a Aurelio, le amaba desde la primera vez que le vio y siempre supo que él sería el hombre con el que se casaría y con el que tendría su camada.

Aurora era una mujer bella a su manera, menuda, morena, con unos ojos pequeños y oscuros que denotaban su curiosidad acerca del mundo. En un principio Aurelio no sabía de su existencia, era una niña siete años menor, pero poco a poco, aquella niña se las apaño para adueñarse del corazón del joven galán.

En aquellos años el pueblo estaba lleno de vida, una pequeña carretera les unía con la capital y las granjas y tierras de cultivo disponían de gran cantidad de trabajadores. Nunca fue un pueblo grande, pero se respiraba vida, los mozos y mozas de otros pueblos iban a las verbenas y los días de mercado costaba caminar por la Calle Mayor. Poco a poco el pueblo, al igual que los lugareños fue envejeciendo, los hijos de los mozos y mozas que antes bailaban marcharon a la capital y los jóvenes se convirtieron en viejos y los viejos en lapidas de cementerio. Ya solo quedaban Aurelio y Aurora, sus hijos se habían marchado años atrás, y tan solo ellos daban vida al pueblo, tan solo ellos caminaban por sus calles, tan solo ellos respiraban su aire puro, el pueblo se convirtió en su casa y ellos en sus propietarios.

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